CASTROS

El Castillejo

Buimanco (San Pedro Manrique)

EL CASTILLEJO DE BUIMANCO
Varios son los castros escondidos en las barranqueras del río Linares una vez que éste, pasado San Pedro Manrique, busca el Ebro adentrándose en un tortuoso recorrido entre cortados, gargantas y, desde hace más de medio siglo, un ingente bosque de coníferas repobladas. Una repoblación forestal que, paradojas, vació los pueblos convertidos durante las últimas décadas en referentes de impactantes rutas senderistas por el pasado.

El recorrido castreño que proponemos aquí va a seguir un barranco de la margen izquierda del Linares, el barranco del Fuentepino, que nace en la vertiente oriental del Alto del Ayedo y desagua en el Linares un par de kilómetros antes de alcanzar el pueblo más cautivador de la llamada ruta de los despoblados, Vea.

Para llegar a El Castillejo de Buimanco hay que coger la pista forestal que sale de Taniñe, zigzaguear con ella librando los barrancos que bajan del Ayedo, alcanzar Buimanco y sobrepasarlo en un último zigzag de un kilómetro hasta quedar en lo alto de la cresta de un serrijón sin sobrepasarla. Al sur, el barranco de la Dehesa nos separa de Buimanco, al norte el del Fuentepino. Ahí dejaremos el coche, desde el cruce de Taniñe habremos recorrido unos 10 kilómetros. Sobre la cresta dos castros, y aguas abajo del Fuentepino, en su confluencia con el Linares el tercero.

Cresta abajo, a poco menos de 700 m, el primer castro que nos toparemos es el que nos ocupa, El Castillejo. Camuflado entre la inmensidad de los pinos nos cortará el paso un enorme derrumbe de piedras, la torre defensiva que cerraba el castro por su flanco más accesible, que aprovechaba un resalte rocoso. Delante un enorme badén de unos 15 m de ancho, el foso. Este gran bastión se complementaba con una muralla de cara al norte, la caída sobre el Fuentepino, y lo imprescindible hacia el sur hasta cerrar el flanco oeste. En total unos 80 m de construcción defensiva. Los frecuentes trozos de adobe rojizo salpicando sus derrumbes, algunos calcinados, apuntan a que esta barrera defensiva estuvo coronada con este material.

En las laderas meridionales, las más confortables, el rojo del adobe rodando por ellas apunta a su uso generalizado en las viviendas y estructuras domésticas. Las piedras de moler barquiformes señalan a la molienda como una de sus cotidianas actividades domésticas, así como los fragmentos de cuencos y tinajitas realizados a torno señalan a la Segunda Edad del Hierro como el momento de plenitud de nuestro castro. Todos estos materiales aparecen dispersos en poco más de media hectárea.

Un apunte más da cierta singularidad a El Castillejo, relevancia compartida con todos los castros de los barrancos del Linares: el posible aprovechamiento de los minerales que afloran por doquier de su abrupta orografía. Restos escalonados (en apariencia) artificiales van marcando el descenso del serrijón, más frecuentes e insólitos según se proyecta su bajada dirección este, hacia el siguiente castro… Un atractivo estímulo que abre puertas a la interpretación de la concentración de castros en este duro y complicado sector del Linares.

Texto: Eduardo AP.
Imágenes: Eduardo AP y Antonio LC.
Bibliografía básica:
Alfaro Peña, E. (2005): Castillejos y Villares. Modelos de poblamiento antiguo en el interior del Sistema Ibérico.

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