CASTROS

La Mina

Fuentes de Magaña

LA MINA DE FUENTES DE MAGAÑA
Según información oral recogida en Fuentes de Magaña, el topónimo de este poblado castreño de época celtibérica se debe a que hay una tradición que cuenta que el enorme socavón que corona el yacimiento, sobre lo que hoy sabemos fue un gran bastión defensivo, lo hicieron antiguos buscadores de los tesoros que escondía el lugar, de ahí el nombre de La Mina. El nombre completo del sitio, y así aparece en la literatura formal arqueológica, es el de La Mora/La Mina. La Mora es una antigua ermita, en ruinas desde que hay recuerdo, que cierra el yacimiento por el sur, a unos 150 m del bastión norte celtibérico.

Para llegar a este castro hay que salir del pueblo hasta llegar a la carretera que lleva a Magaña y cruzarla, tomando la pista que sale al otro lado de dicha carretera. Recorreremos unos dos kilómetros por esta pista hasta llegar a una vaguada, el barranco de Fuente Fría. Tras atravesarlo, ascenderemos unos cien metros más por la pista y veremos a un lado los restos de muros de unos cerrados modernos, y también la vieja ermita de La Mora, límite meridional del castro.

Ocupan La mora y La Mina un espigón fluvial delimitado al este por el barranco de la Torre, al oeste por el arroyo Cerro Caballo y al sur por la confluencia de ambos sobre el Barranco de Fuente Fría. Con estas defensas naturales en tres lados se levantó en el norte, el flanco más accesible y menos protegido, un gran bastión, torre que quizás dio nombre al barranco situado al este (barranco de la Torre), y que completaba la protección del poblado, cuyas viviendas se levantaban a su amparo por las laderas más acogedoras, la sur y este, en poco más de una hectárea. Esta torre parece que fue de sección trapezoide y se construyó sobre una plataforma que se proyecta unos metros hacia el interior del poblado. Junto a la torre, por el este, un pequeño pasillo sugiere que pudo tener en este flanco el acceso a este sector alto del castro.

Es en estas laderas donde aparecen los materiales de referencia que sirven para confirmar la cronología de los últimos siglos castreños y las dimensiones del lugar: las típicas cerámicas elaboradas todavía a mano y, sobre todo, las cerámicas a torno anaranjadas características de la Segunda Edad del Hierro, los tiempos celtibéricos. No faltan los habituales molinos de vaivén. Si no excepcional, si nos llamó la atención una inusual concentración de cubos de piritas (cantalobos), en la parte baja junto al barranco de Fuente Fría.

La ermita de La Mora, como decíamos desplazada al sur unas decenas de metros de lo que fue espacio habitacional celtibérico, parece que fue la iglesia de un antiguo despoblado medieval, hoy conocido como Corrales de Valdecentenares. Su entorno proporciona también interesante información como las piedras de moler circulares, algunos fragmentos de cerámicas a torneta y la romana terra sigillata de cronología tardía, o lo que es lo mismo, cierta vida en esta parte meridional del viejo castro durante el final del Imperio y los tiempos visigodos.

Este lugar de la cuenca del Alhama es arqueológica y etnográficamente un rincón singular, con una secuencia de vida de más de dos mil años, desde los tiempos celtibéricos en los que destaca su bastión, con su sorprendente socavón, hasta la tradición etnográfica de la ermita de La Mora y el despoblado de Valdecentenares, pasando los oscuros tiempos del finales del Imperio Romano y los siglos visigodos. El paisaje convertido en libro que esconde entre sus piedras una parte de la historia de la sierra.

Texto: Eduardo AP.
Imágenes: Eduardo AP y Antonio LC.
Bibliografía básica:
Romero Carnicero, F. (1991): Los Castros de la Edad del Hierro en el Norte de la provincia de Soria.
Martínez Díez, G. (1983): Las Comunidades de Villa y Tierra en la Extremadura Castellana.

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